viernes, 7 de octubre de 2016

Crónica de los días, que ya no son (Selección poética 2001-2015)



"Crónica de los días, que ya no son"
Antología poética (2001-2015) 

Mónica González Velázquez
(El quirófano ediciones, 2016)



P r ó l o g o


Si la poesía es un signo de los tiempos, los poemas de Mónica González Velázquez son una insignia de los reinos perdidos en la gran ciudad de México. Poesía señalada por su origen, en el caos y vértigo de la metrópoli. Poemas que nacen como una ingeniería de la sensibilidad posible en una ciudad imposible pero sostenida con alfileres. Sueños que son también sombras de otras vidas. Itinerarios en el mundo en llamas. Eso es lo que los poemas de González evocan al traer a la mesa la discusión por cuál es el lugar de la poesía en este inmenso tianguis que se llama Tardomodernidad o Hipercapitalismo. En dónde se coloca la imaginación si todo es una mercancía que persigue la utilidad y la ganancia. En la imaginación no hay posibilidad de intercambio: lo que das no equivale a lo que recibes. No hay transacción posible porque no hay equivalencia posible. La imaginación es la derrota del capital. Y el mundo arde en llamas, continúa la poeta. Por eso la poesía de Mónica es una advertencia para futuros viajeros. Imaginación poética, esa danza de insignias, sueños y sentidos posibles para la materia de las palabras, para los sonidos encerrados en la palabra.

Y al centro de todo: un árbol y su corazón. En medio de todo el caos posible por las metrópolis sucesivas que no dejan espacio para la contemplación, aparece como un refugio el árbol, que permite hacer una pausa y contemplar el propio cuerpo como una extensión de la naturaleza. El árbol descorazonado que comparte aureolas con nosotros, que comparte reflejos en la orilla de la cama y que sabe nuestro nombre secreto, el que solo las flores escuchan cuando caminamos por los camellones centrales de Reforma. Pero a la vez la electricidad que verifica nuestras ondas cerebrales, ajustando su transmisión con el resto de los sujetos, ese flujo electrónico sale también del corazón del árbol. Esa mínima ecología que habita, aunque no queramos, en los poemas. Y que persevera como guardián nuestro. La certeza nos permite asomar al vestigio de una resistencia por medio de la palabra y sus significados ocultos.

Si algo anima a esta colección es una voluntad de forma: me explico. Hay en cada poema la necesidad de plantearse como un problema formal desde dos orillas: la evolución tipográfica como acotaciones para ejecución de una partitura; y dos, desde la sonoridad propuesta en la múltiple suma de recursos retóricos que imponen una voz única a estos poemas. Poema es sonido, poema es grafía. Poema es partitura. Poema es concierto de voces. Poemas para cantar en compañía de la ciudad entera.

Poeta con una fuerte ligazón urbana como sus queridos Max Rojas, o el codiciado cocodrilo Efraín Huerta, los poemas de Mónica desgranan una forma de habitar lo inhabitable: la megalópolis que se resiste a cualquier forma de vida que no sea la suficientemente entregada a los ritmos del capital. Poemas que trazan una ruta diaria entre la imaginación, los afectos, la sensibilidad de los tiempos y una urbe que se echa para atrás cuando se trata de aprehenderla aunque sea desde nuestra única experiencia. Nada hay más parecido al infinito borgiano que la suma de amores trágicos o felices que pueblan los rincones y las avenidas de la ciudad. Entonces, la poeta con sus antenas desplegadas pasa electricidad entre esa maravilla de caos y la tierra original que se esconde, trémula, bajo el cieno de miles de muertos. Poeta conductor, poeta flujo, lo que hace es preservar, otra vez, una forma originaria de estar en el mundo. Los poetas son pararrayos de Dios.

Y al final de todo una plegaria, porque el poema es también una oración laica, una petición de principios al universo: Que nadie empañe la felicidad del mundo.

Que se conserve intacta la alegría y que todos  puedan escandir la copa en el pozo del amor. Que nadie empañe la felicidad del mundo.


Luis Alberto Arellano. Querétaro; México 2016.