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Colección Conmemorativa X Aniversario (miCielo ediciones, 2017) |
Presentación del libro de Mónica González Velázquez. El ruido del mundo. México: miCielo Ediciones, 2017. (Feria Internacional del Libro del Zócalo, Ciudad de México, 22 de octubre de 2017).
Poemas graves, corporales, melancólicos nos presenta la poeta Mónica González Velázquez en su plaquette de poesía El ruido del mundo. El tema que atraviesa este breve poemario es el cuerpo herido. Mejor dicho: la dimensión espiritual, la persistencia, de quien libra las batallas contra una enfermedad. O contra el dolor cotidiano.
La dimensión corpórea del ser humano ha sido abordada en las llamadas escrituras de la enfermedad, que en cierta fase pueden incluso definirse como lírica terminal, según Tamara Kamenszain. Poetas como Enrique Lihn, Néstor Perlongher, Héctor Viel Temperley o José Lezama Lima y, recientemente, en México, como Rocío González y Pura López Colomé, han tratado en su obra el tema de la enfermedad. De la enfermedad propia.
Señala Carolina Sancholuz, en un artículo sobre Manuel Ramos Otero, que se verifica
la incorporación de situaciones explícitamente provenientes de la experiencia autobiográfica de los poetas, en particular las enfermedades (el cáncer en Lihn, el SIDA en Perlongher, el tumor cerebral en Viel Temperley, la pulmonía y el presentimiento del fin en Lezama). Hermanados por diversos padecimientos (tejidos tumefactos, tumores, infecciones, dificultades respiratorias), las dolencias se encarnan en sus cuerpos y en sus textos poéticos como correlatos del cuerpo enfermo (98).
Inmersa en esta tradición literaria, Mónica González Velázquez incluye en El ruido del mundo poemas sobre la epilepsia. Padecida en primera persona, la epilepsia aqueja al yo lírico que enuncia. La experiencia proviene, en efecto, explícitamente de la autobiografía:
PERO BUSCO EL EQUILIBRIO
Para que mis crisis desanden
los ritmos tónico – clónicos del Gran mal.
Los ritmos de la despedida. (15)
Para quien tenga la fortuna de ignorar a qué se refieren en específico estas palabras, he aquí la descripción que APICE (la Asociación Andaluza de Epilepsia) ofrece acerca de la epilepsia con crisis tónico-clónicas generalizadas, antiguamente conocida como Gran Mal:
Descripción de las crisis:
Se produce una pérdida de consciencia.
Comienzan con una primera fase tónica (rigidez del tronco y de las extremidades) y una segunda fase clónica en brazos y piernas (rápidas convulsiones) que pueden durar varios minutos.
A continuación el paciente suele entrar en un sueño profundo que es tanto mayor cuanto más haya durado la crisis.
Al despertar es habitual la desorientación y el dolor de cabeza. (s.n.)
Esta somera descripción, que permite apenas atisbar cómo se vive la crisis en carne propia, encuentra su contraparte en este pasaje memorable, de profundidad lírica, en El ruido del mundo:
Y allí estás tú con los brazos tendidos sobre la superficie que te vio caer y convulsionar presa de dolor después de la batalla contra un púgil que golpea más fuerte cada día con vértigo y dolor concentrado en la lengua mil veces rota pero te levantas y al paso de los días canturreas la misma canción empuñas la mano en alto te empujas los anticonvulsivos y esperas el viento atolondrado de la siguiente despedida. (23)
En estas líneas se echa mano de una metáfora de la epilepsia que la equipara con un púgil o luchador que golpea “más fuerte cada día” a quien la padece. El verbo empuñar —“empuñas la mano en alto”— indica que no hay una actitud de recepción pasiva, sino una actitud de pelea, de empuñar una espada contra el adversario.
Hemos entrado aquí en el terreno que Susan Sontag explora en su obra La enfermedad y sus metáforas: el vocabulario de la batalla en la descripción de enfermedades, como el cáncer, por ejemplo. Dice Sontag:
Cuando se habla de cáncer, las metáforas maestras no provienen de la economía, sino del vocabulario de la guerra: no hay médico, ni paciente atento, que no sea versado en esta terminología militar, o que por lo menos no la conozca. Las células cancerosas no se multiplican y basta: “invaden”. […] A partir del tumor original, las células cancerosas “colonizan” zonas remotas del cuerpo, empezando por implantar diminutas avanzadas […]. Las “defensas” del organismo no son casi nunca lo bastante vigorosas para eliminar un tumor. (s.n.)
En la obra de Mónica González Velázquez se lleva a cabo la enunciación mediante metáforas, pero, ante todo, se lleva a cabo la enunciación en sí misma:
Ante el escenariotu dolor en silencio crecey una vez máste vuelves guerrera. (33)
Paradójicamente, aunque se menciona el silencio como un rasgo de la enfermedad en este poemario, resulta que el poema es palabra (contundente) que rompe con el silencio. Acerca de este fenómeno, expresa Denise León en su artículo “El cuerpo herido. Algunas notas sobre poesía y enfermedad”, que
La mayoría de los cuerpos heridos o enfermos, innumerables y vulnerados en las más variadas formas posibles, no llegan a trascender —como individuos— el espacio social en el que viven. Sin embargo, algunos cuerpos heridos —a rastras con su dolor, su enfermedad y su impotencia— son asediados por la palabra, se vuelven objetos de una construcción cultural que los va transformando en poemas, representaciones simbólicas, palabra viva. (55)
La poeta Mónica González Velázquez transforma, en El ruido del mundo, la experiencia de la epilepsia en representaciones simbólicas efectivas, como aquella del “Ave-Fénix” que renace de sus cenizas porque, después de otra crisis, se vuelve guerrera “una vez más”.
La construcción del espacio simbólico en este poemario se logra también mediante la configuración de los significados del hospital:
AHORA ESTOY EN DONDE NO ESTOY
Nadie habita la cercanía, excepto:
la mujer de blanco
los sueros
los electrodos
el catéter.
[…]
Aquí todos somos:
Pulsaciones de mar ya retirándose… (27)
Afirma Gabriel Bernal Granados acerca de Hospital Británico, de Héctor Viel Temperley, que “Todo parece, es verdad, el producto de una estancia prolongada en un nosocomio, que es un cuerpo, que es un buque, que es, a la larga y en definitiva, un poema”, “porque el tiempo y el universo mismo parecen haber sido diseñados en ese momento […] por […] esa mente enferma que discurre sobre las ruinas de su cuerpo” (s.n.).
El nosocomio que es un cuerpo que es un poema se presenta en El ruido del mundo como un acto verbal definitivo: el silencio, el padecimiento, el hospital están allí, como un hecho indescifrable y maligno. Sin embargo, la palabra poética salva, en muchos sentidos, a quien la profiere:
LE DIGO A MI CUERPO: SÁLVAME
Y unos brazos me sostienen
hasta contener los graznidos de un cuervo enfurecido.
Le pido a mi boca que siga hablando
para escuchar las notas de mi nueva canción:
sálvate SÁLVATE sálvate
Y su coro me aleja del SILENCIO. (25)
La poesía salva. Acaba con el silencio, transfigura en significados enunciables los sinsentidos inefables de la enfermedad y de la muerte: esa, la innombrable, la que a todos se nos promete. Somos el ser que va a morir, es cierto, pero ahora mismo estamos vivos y podemos expresarnos.
También yo he pedido, en alguna ocasión, y ahora mismo, con vehemencia, “pido un verso que los nombre, / que los cure y que nos salve” (76).
Obras citadas
León, Denise. “El cuerpo herido. Algunas notas sobre poesía y enfermedad”. Telar, número 10, 2012.
Rodríguez, Iliana. Embosque. México: Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 2013.
Sancholuz, Carolina. “Una poética de la muerte. Sobre Invitación al polvo, de Manuel Ramos Otero”. Letral, número 6, 2011.
Sontag, Susan. La enfermedad y sus metáforas. El SIDA y sus metáforas. Edición digital. Traducción de Mario Muchnik. Barcelona: De Bolsillo, 2011.